martes, 8 de febrero de 2011

Los cinifes versados

LOS CÍNIFES VERSADOS










JOSÉ Mª MILAGRO-ARTIEDA

















 A Carlos Miranda, lector, crítico, amigo.



Quare non potuerunt cinifes qui ranas et serpentes fecerunt.
(San Agustín. La Trinidad, III)






1.- AUTORRETRATO AL HUMO


Tengo rodillas de censo inesperado y crepitan al paso,
moderadamente satisfechas de mí,
me asiento en pies adormecidos,
complazco las señales con dos ojos de exquisita tracción,
son muy recientes las lluvias de mejilla,
en mi frente se expresan las portátiles,
largas como fracturas, las oquedades del frío.

El resto es autoría de otros y buena nariz,
grasas que no fluyeron al olvido;
de repertorio y ceñida a sus orígenes vibra la espalda,
menudo el hueso que se afina en las caricias,
dulces los codos, fuerte este pecho y selva
que se cierra, pero ahora siente entre párpados
las verdades de esta llaneza melancólica.

Porque en mi adentro entender soy frase de humo,
atmósfera liviana está hecho el labio,
es tez ceniza, broma más que aérea,
economía de viento mis andanzas,
las ofensivas razones se devanan al instante
y así el placer, apenas un perfume
que en olas turbias impregna
y es volátil. 

Muestran los miembros llama de excitación,
interiores sucesos alimentan tonalidad tan divertida,
suceden cosas, y apenas en el gesto se dispersa
tan sólo el soplo de cierto malestar,
un roce extraño, torpeza que remite,
las facciones agrupan el esfuerzo en destellos
de tecla fácil o recalan tras la sombra
inquieta de una mirada.

Tengo semillas de viento inexplorado
y albergan multitudes:
muchas pueden oírse en estas ondas.




2.- HORIZONTE DE SUCESOS


                                                                                  
La anécdota no importa: que el sol renazca hoy
o descienda la sombra, que el ave vocalice
en la armónica escarcha de las ramas,
las plumas fracasadas de pureza,
tanto color con menoscabo de ser primero
y bruscamente alcanzar un retorno imposible,
repetido a trompicones de sí mismo,
imposible.

Los días se defienden, tan ligeros de ardor,
apasionados por nada,
rebotan y dan tumbos hasta hundirse
en nubes de un áspero presagio
—extraño el sumidero que recoge el momento—;
no existen cumbres, los lagos ya callaron
en el amplio descuido del que escribe.

Captada al fondo toda historia y sus epígonos,
los rizos del placer, los jugos y la brisa de este tiempo,
las decepciones, absorto,
los lentos resoplidos del amor,
tan sólo agrega llama de gestas arruinadas
que en su más repetir no alcanzan tregua.

Y advierto que esta hondura de unión fuerte
siempre avienta y sus huestes sacrifican
lo que en tiempos más felices fuera luz,
sonidos lo abarcaran, permitiese
una aplicada intención de pensamiento.

Las luchas del momento no lo aceptan,
lleno está el pozo, asusta comprender
que lo que escapa es desecho corrompido,
gruta de negación, rudeza desdeñosa,
y que el resto está cautivo en sus entrañas. 





3.- PÓLVORA SUYA





La pólvora de su sabor que guarda tras los labios
apenas mancha ni pesa apenas, no reacciona
al golpe apasionado de otros fuegos,
tampoco agrieta sus terrones diminutos
cuando le escupo un átomo de mí
—esa parábola dejada a sus recursos,
visible no en inventario, ni aun exenta
ni oculta, que desafía brillando antes del fin—,
y no se aparta, defiende un mundo propio
con dulzura de zarpa enrojecida
con dura entrega tallada en los lamentos
las quejas de ámbar derrocha,
se vierte en ayes líricos y cede al sentir.

Pero en su centro de cuarzo reflexiona,
oye el susurro del orbe,
restituye potencias y procede.
Cómo después de los incendios
puede evocar inflexible el objetivo,
cómo encuentra camino hacia el adentro
y alcanza ciega su encargo,
cómo detona efectos que intimiden,
causa dolor,
destruye cuanto ayer falseó
y lanza al fondo,
ahí está el tránsito oscuro que investigo
al romper armamentos contra ella,
sus labios densos, sus hechuras de vientre,
cada noche.



4.- VIDA REGALADA


Habiendo ya alcanzado la estación
que repercute y aqueja,
la edad pausada, llena de respiros,
la progresiva canción de las ficciones
perdida en sus quimeras,
quebrado el fuerte empuje
tras no pocos mandatos de paciencia,
modero el paso y me extiendo,
porque no es minuto agudo lo que anhelo
sino blanda autonomía de una veta
rotunda, generosa en alardes de sosiego,
dulce de amar.

Habiendo quebrantado las fauces de la nada,
perdidos hace tiempo en la tenaz decepción
de una victoria huera, las paredes del mundo
como cárcel, quién nos encierra —dicen mensajes
nuestros huesos y nunca comprendemos—,
qué nos ataca tan mal
para que no descifremos esa cara,
por qué las brumas alumbran hace tiempo
y es orificio la voz que nos unía, andamiaje
de términos aquel impulso benigno de otras eras.

Habiendo sucumbido muy despacio
al alcance de explosiones que hicimos construir,
precipitados en miles de fragmentos,
reconstruidos con varas de otras cepas,
nadie nos vende, puedo encontrar de memoria
el perfume tan ansiado, las redondas caricias que nos quedan
sin más sentir que su recuerdo, perdidas que se fueron,
dando tumbos, al límite del vano esfuerzo comprendido
entre esta congoja sucia y su razón.

Hubo proezas truncas al alcance de algunos
que supieron inscribirlas en registro.
Tantos fueron así que busco en vano gestas prodigiosas,
las bromas que hicieron fiel y se mecieron al ritmo
ya no excusan un hoyo mal cubierto que bosteza,
sus vapores letales, pues nos hieren,
han creado esta vasta meseta desolada,
pero es mi páramo, recorro los barrancos embebido en ayer
y, si preguntan, estimo todavía su triste prepotencia.



5.- LEVES DE PASO


Muy de mañana, veo sus figuras
esforzadas en un vuelo subterráneo.
Con alas de silencio,
como avance de ensalmo,   
son momentos bajo el cielo penetrante.
Arden, magníficas cigüeñas,
ligeras sin el menor apremio,
batean la aurora hacia otras aguas
—cuando el viento responde a sus pesquisas,
varían levemente la intención—.

Aplacar la zozobra,
permitir otro día de despojos,
regresar a su alto mirador.
Pienso en los secos utensilios
que a todos validan su presencia:
no son de mí.
Si alzo la vista y se acercan en responso
no deseo ser obstáculo que asombre,
contengo el antojo de agitar
unas manos muy cerca, casi advierto
el contacto del plumaje, respiro
como respiran,
vuelo sin mar.





Cuando vuelven, los gritos han pulido su rastro.
Quedo al acecho de verlas concebir
otra senda silente, un esplendor tan calmado
como el límite que atrapa lo nocturno.
En su plácida memoria de las ondas,
Mientras vuelcan el cielo a cada lado,
anticipo el momento en que devuelvan
su espléndida derrota a las alturas.




6.- BIEN MATERIAL

Reparo en las rocas llegadas de cantera y su guardia cuidadosa.
Quien apilara sus moles como un orden
lejano de los cálculos del mundo,
quien mellara sus formas con la sierra,
fijara escoplos en puntos, hundiera
tantas armas excesivas contra el líquido centro de las vetas,
quien las puliera, por ende, magullando su fibra detenida
y trabándolas por siempre en el despojo,
por qué también no quiso hacerlas grava animal,
por qué no bosquejó signos ajados en ellas
si en lo profundo ya huían demolidas.

Rocas de blanca desazón, perdido el musgo de su noche,
me contemplan con pulcra negligencia.
Reunidas sin rumbo junto al muelle,
repercuten milenios;
en mi espera, golpean como el viento,
seducen para alzarse vencedoras de sí,
casi se escuchan.
Y nada en la obra humana responde a la cumbre que las hizo:
formarán lienzos estériles, se unirán unas a otras
sin más preponderancia que su aspecto; sólo por piezas
que alegran el cemento fundarán vagas cifras,
agrupadas en jaulas de reserva,
ordenadas al filo de la verja.

Veo la hilera, suplicante entre luces de la aurora,
y me arrastra con la promesa turbia
de que el trozo escindido de la máquina,
las esquirlas del exceso se dispersen
y en un fervor de tiempo vuelvan juntas
a fundirse en la mole de otros riscos.

Antes de irme, libero algunas de sus flejes
e interrumpo la calle con los restos.




7.- SOTO ÚLTIMO

Los sotos tristes,
hundidos en la bruma de su día,
ascienden como grávidas guedejas.
Vistos de fuera, allá donde
me encuentro
tendido,
negocian un orden riguroso,
un balbuceo de pértigas con hojas.
Largos,
entumecidos de luz,
en ellos se repite
la gama severa del metal;
no rompen nunca
su orden
de batalla
flemática,
domiciliados en trinos desvalidos
—la oropéndola tarda en comprender—.
Dormir abandonado en este río, la mano que recorre sus dedos con las ondas,
en la orilla, de bruces; se acercan varios peces a la vianda.
Mordisquean los fluidos junto a un banco de arena casi limpia,
la que deja entrever otro reflejo del sol desconocido, una mañana de hallazgos
que no sean motivo de sorpresa, sin miedo, tan sólo claridad.
Al fin me encuentro con la sabia estupidez que confirma todo el recorrido:
dejo el azar.


8.- ORILLA MÁS ALZADA

Árboles del invierno,
se arraciman al aliento verdoso de las aguas,
aspiran savia del flujo primordial,
rozan los labios pasmados con sus varas,
arrojan en delirio partes ínfimas de sí,
contraen la mínima apariencia
para emerger desnudos en la luz
hasta que el himno del ave los sacuda.

Aguas,
si delimitan su ritmo mineral y abren los ojos
de espanto comedido, rugen calladas,
alborotan con calma muy secreta,
son velos tristes y claves de sosiego
porque se abaten sobre un circuito exacto,
infinito.

Cuando convergen sus voces en el claro perdido,
apenas el transporte de otros pájaros inquietos
consigue aquella música.
Calla, tajante, el viento en un canon invariable;
aquel siempre bruñido bienestar
engendra un bach despistado,
elemento menudo que, en su juego,
remonta las alturas de otro bosque mejor.

En el pasaje enfermizo de las hojas,
un crujido transmite la obsesión:
acechan desde dentro, se escudan en las sombras
ya podridas y vueltas al concierto del mundo,
las que amarán para darnos de su muerte
y esperar un flujo de estertores que nos lleve,
planicies del espíritu,
con la dulce desazón del frío cierto.

En la espesura se truecan las memorias;
oigo, exquisito, un verde de tragedia
que nunca sobreviene,
picos golpean sus frases inseguras
en la gran solidez de la mañana,
veo las aguas enfermas sustentar
variaciones medrosas con los líquenes.
Huyo entre zarzas metálicas que orquestan en silencio;
en la carrera de angustia pierdo el bosque
y mis ojos avanzan al delirio.


9.- ATARDECER DE LA SIMA

                         Sima de San Pedro, Oliete.

La luz, que es gasa tenue y se estanca al borde de la sima,
no debería acudir en auxilio de esos
torpes clamores de sorpresa, esa alharaca de vértigos
que turban el núcleo del sentido.

Cuando se esfuman, el ciclo resucita
y asisto al claro inicio,
al despliegue sin base de un perímetro intenso
que me atrapa,
congrega en torno las nubes embebidas,
desplaza el viento,
arquea perspectivas hacia un remoto fondo
que ahora,
obstruida la máquina de ser, ciego en su giro,
puedo alcanzar.

En la barquilla liviana del descenso no tocan suelo mis pies.
Surgen trazos de coloso hilvanando un rostro ajado,
las catástrofes de piedra establecida circulan
hiladas sobre el hueco, un ruido extraño
que calladamente anega la mirada y se estanca
entre los labios no impide más murmullo,
no niega el verbo, pero qué mansedumbre
tiene altura para alzarse en su vuelo,
qué voz abarca las regiones de este sueño,
qué movimiento apacigua el ritmo quedo
del hoyo viviente en que me encuentro.


He descendido en carriles de otro espacio
que me vertieron al lago inexplorado,
como brisa he rozado los arbustos del miedo.
Todas las aves giraban varias veces, sus súplicas
un eco razonado por legiones y luego, limpiamente,
en flecha pura que huyese del comienzo,
caían hasta el guiño secreto de la piedra,
a la pared angulosa, junto al borde,
y abatían sus alas y eran parte huidiza del secreto.

Cuando la tarde se ablanda, cuando un temblor
congrega las sombras y establece ajedrez en los relieves,
me siento alzado y nuevo, residente en la humilde pasarela
que sujeta las formas sobre el pozo.
El suave frío, amoroso desdén de la montaña,
me enciende en espinas, y ya entiendo
la lengua roma de sus peñas, el discurso insensato
que me envuelve, con qué signos se demuestra
sino en loco graznido, en ecuación de susurros
y llovizna de aristas desprendidas.
Sólo entonces libero la mirada y estalla el conjuro.









10.- MAÑANA NEVADA

Disimula vínculos secretos la blancura,
atormenta el sentido, corroe
las funciones de la mente
en esta mañana de invierno.

Porque es pátina yerma
y estériles serán los que la canten,
perfecta, aplastada por nadie
todavía, 
considerada virgen
cuando está
igualando con cándidos afeites,
encubriendo en su seno las certezas,
los contornos que habíamos perdido.

Ansia que aviva el mando abandonado,
la pulsión de entender cuanto subyace,
calla, entendida en rasgos que se extinguen.
No permite nunca ver el mismo
centro intacto de su aurora
y en el cerril reducto, proseguir,
fanáticos del extremo,
insistiendo en la belleza
y en la hondura fatal
y en las supuestas calidades del esmalte.

Sólo cuando el calor regresa a destruirla
puede entreverse un hilo,
los antiguos caminos restablecen
su mundo encenagado,
la mácula revive suavemente
y despliega criaturas de la mugre.

Hoy las copas desnutridas no se esconden.
Hay diferencia de trazas, desnivel
en el cambio, charcos disímiles
que explotan por los lindes
y reducen lo sencillo a desmesura.

Cabe creer que resta una esperanza.









11.- OLIVOS

Hay desatino en las filas diligentes
que ascienden por surcos la colina.
Sus brazos torpes discuten al arbitrio de este viento,
agitan vehementes los discursos del fruto dividido,
en su ceguera empuñan blancas hojas.
Los siento tan iguales, embarcados de oficio
en una anécdota insensible que se esparce
sobre ese mundo arriba de las lomas,
que deseo ascender hasta lo oculto.

Cómo la raíz pasmosa que se aloja
en la misma encía de las rocas,
cómo ese mundo turbio de distingos,
cómputo de minerales, banco diverso
donde arrecian las aguas más fecundas
y sienta voz el desecho, cómo una multitud
derrotada por las noches se absorbe al fin
en finas hebras que aspiran a la luz.
De qué compuesto está formado el fruto que me espera,
si, en tanto que su origen, no hay comienzo
más cruzado por disímiles factores,
más yerto ni de traza más corrupta,
ni existe máquina inicial que así transporte
los jugos de las mil degradaciones
a que está groseramente sometido.

Sin embargo, allí se esconden las líneas divisorias
y originan mata espesa que en nada difiere de los otros.
La armonía indudable de los números,
sujetos a vasta formación, esconde un piélago de errores,
de la discordia emerge un orden cierto
que analiza en su sueño las pulsiones del cielo,
que abreva las horas y habla en señas.

Perplejo, me pregunto si hallar la base inverosímil
y el componente estricto trae resquicios
de alguna nueva luz: son fardos todos
de espléndida arboleda, se debaten en una misma dehesa
recreada, rinden un manantial oscuro
que no encontrará experto capaz de dividirlo.

Todo es un uno armado de mil partes.
Para aquél que ha entendido
el soplo diverso de las nubes,
la inocencia brutal de un estallido
que surge hollado en grumos, sus galaxias,
los cantos engañosos que recrean un continuo inicial,
los elementos retornan, vuelven a ser un mismo
campo ordenado de falanges, un espejismo
lanzado sobre el mundo que lo engloba
y responde a lo mismo que ha inquirido.



12.-FUERZAS

¡Cómo brotan de pronto las tenaces fuerzas de la luz!
Han venido a engañarnos desde el hondo silencio,
en invierno atravesaron sin ensueños los moldes de la bruma,
grumos que ahora estallan de semillas se hicieron en la escarcha.
Duro fue ese período y es también doloroso el despertar,
pero ahí se revelan, acaparando este sol desde el mismo borde de una rama
y en los brotes de tierra y en las lluvias quejosas
y en el dulce perfume que me ensancha
no reprimen las ganas de existir,
pugnando por ser pluma y alcanzando las galas del principio.

Flora que está ofuscada en demostrar sus inicios de existencia,
cachorros de todas suertes que argumentan balbuceos y se atacan,
vientos airados, luces que se confían al trémulo descenso de la vida
y abandonan la sede de su encierro, maldito el hongo siempre perlado de la escarcha,
devoradas las frutas de la muerte, vuelto el placer caluroso a demostrar
un vivaz saborcillo de aspereza que rasguña el dormir y duerme el soplo
de las víctimas torpes, del olvido terrible, de la helada.

Veo en los dos paseos que me instruyo a diario que mi sombra
no corcovea más, siente el perjuicio de un contorno demasiado evidente
y sus pasos causan lentos decesos en los seres que el tiempo nos rescata.
Ha establecido el comienzo de los días por el largo período que abandona,
fue el medidor más preciso de cada atardecer, y en las sombras de entonces
y en los lánguidos soles que espantaban la vida dio el exacto deleite,
recorrió los relieves del hielo y en las grutas dormidas se sumió
para alzarse gozosa, remontar el olvido con un ansia de crudeza
que adobaba mi espíritu aturdido y lo hacía tenaz a las desdichas.

Pero no es de mi agrado la brutal regresión de esta mañana,
cuando he visto las fuerzas tozudas de la luz retornar a su empeño.
Fui testigo de cómo regían su momento y desechaban las galas, apestadas,
comprendí el desastre sin matices de sus hojas por tierra,
los cadáveres primeros al fin de la estación,  vi el declive
que vuelven otra vez a proyectar tantas potencias uncidas a la muerte.
¿Por qué no olvidan y vuelve inerte el dramático logro del invierno,
retorna desnuda la pureza, abortan los volátiles frutos de la savia
y puedo expulsar al fin tanta euforia engañada de mi mente?





13.- MENOSPRECIO DE ALTURA




Los arrecifes severos de los ríos,
siempre en una orilla incierta
y vueltos contra la luz de la mañana,
hace tiempo se alzaron en refugio
de estériles abejarucos,
grajos en luchas iracundas,
nocturnos seres de rapiña.
Nada alcanza hasta esas
crestas de súbita arenisca,
las manos no hacen huella en sus relieves,
conservan la inocencia con escrúpulo
elevado sobre lógica de siglos,
enfrentados de ceño a la llanura.

En el fondo, la orilla devorada a destiempo por las aguas
flota con bolsas y greña desprendida, se esfuerza en latas,
carritos de bebé, no alberga otra ilusión que la de estar
embebida en ajenas atenciones, salpicada de hogueras
y materia, sus troncos desmochados, zarzas con zarzas
cegando los senderos, refugio de miríadas de insectos,
cueva de predadores, caos florido en mil
ramajes angostos y alboroto de trinos y artimañas.

La altura se estremece.
El sentir irascible de las rocas
acostumbra a caer
 tras lluvias asustadas
hasta el fondo,
envuelto en grandes voces,
arrastrando con gusto cuanto encuentra
su alud ofuscado.
Allí reposa el tormo hasta la próxima
andanza de las aguas,
escuchando el concierto de la vida,
quebrado de orgullo,
ostentando salvaje la presencia
que expulsa cada vez algo más lejos
la mole fuera de su vientre, aún dormido,
el miembro sombrío
que ya cubre con musgo la señal
y a nadie intimida.

Cuando vuelvo a la playa pedregosa, recobrado
de la áspera hermosura y casi por fuerza mineral,
entre cristales que incitan al hallazgo de más tesoros vivos,
escucho el híbrido susurro de la mugre, me envuelvo en restos
de otras muertes que me esperan, bailo al sentir rasguños exaltados
y entiendo que el espacio se despliega por mejor atentar contra la esencia,
es mezcla desgarbada y espanta adentrarse en la espesura,
pero en el lento derribo de las cosas siento la lucha del tiempo,
no hay resto de botella que no me hable del jugo que seré
y entre los juncos deseo ser mestizo, romperme un poco más,
intuir la luz cierta tras las sombras.


14.- RECINTO INSPIRADO



Buena es la fuente humana que nos brinda placeres,
sabia su contrición cuando decae el instinto,
se deshacen los lazos que el deseo
quiso lanzar al cielo y están por tierra esparcidos.

Dura es la estampa odiosa del momento en que naufraga,
y es objeto de enojo, y la fuerza se escurre en mil desdenes.
Contra fábulas baldías no hay antídoto que vuelque el bravo empuje
ni se acrecen saberes, ni es más claro el destello de la duda.

Comunico a los amantes que en el mismo cuarto de su espuma
mece el péndulo la insidia de no poder girar eternamente.
Las palabras se elevan, surgen besos donde había entendimiento,
abrazar cualquier deseo es un camino iluminado a la desdicha.

No existas nunca más, Damón perfecto, porque en tu fiebre recelan las promesas.
Si el tránsito a la altura te corrompe, si un nuevo asalto predice la caída,
debo mostrar un páramo de espectros que arrojan vida de sí,
pues es más digno expiar sin tal pasión que huir en la demencia
mientras el hábito excava lentamente un enjambre de gemidos
que arrastran su declive forzoso hacia la nada.










15.- JOTA NOCIVA PARA ENCENDER ZARAGOZA

En Zaragoza, ciudad que es buena
para el gris y reduce las ideas a cecina vieja,
jamón innominado, grasa estéril,
puede un humano nacer, vivir distraído,
copular a destiempo, mostrar las evidencias
en el verso, ladrillo, escasez de materia que le plazca.

También dice que es fácil contraer intuiciones
y sentir que ese cielo licuado te protege
para no salir más,
para no volver más, cuando estás ido,
para que todo ahume con vientos habituales
y rabia y celo y orgullo mal fundado se mantengan
en su justa medida,
de ordinario.

Rugen los coches y circulan en bárbaro desdén,
atolondrados en un circuito exacto;
todas las mañanas se desplazan hacia el centro
de una madeja arcaica y explotan
pausadamente, se estrellan cada tarde
con pocas ganas, aturden
el profundo sopor que intoxicaba el veneno de mis días
y alcanzaba mis noches sublevadas.

Zaragoza, en su muerte orgullosa
no permite que el viento la vulnere,
que el cierzo airado estruje las callejas,
y rompa y salte, arrastre a los porteros,
a los artistas leves que se arraigan,
a profesores y señoras de la compra.

Todos tenemos que huir para encontrarla
pero no hay mano extendida, se presenta
como una soledad de tapia aullante,
taladrada a consignas, sometida a sus luces inhumanas,
luces que escaldan y acogen lo inservible
de mí, mi vida nuestra que perdimos
extraviados en la lozana quietud de sus mentiras.

He contemplado las tribus que la amparan,
la digestión complaciente de cuadrillas
que observan su ejercicio de sapiencia.
Nadie podrá invadir el silencio que estimulan,
no deis la clave, cualquiera podría descifrarlos
y alzar la voz, que conociesen el riesgo de sus cenas,
su tino excelso anclado en la minucia,
la intensa erudición de tanta anécdota.

También florecen los jardines de bellas en reserva.
Guían sus miembros en la danza
inamovible del fuste y el instinto,
agitan la melena, digna de ahuyentar
toda memoria a los confines del vacío,
se establecen en luchas cotidianas y atraen
o desestiman, de acuerdo con un ritmo
que está escrito en las losas de la acera.

Y en desbandadas van otros al estadio
del bienestar común, cada domingo
anclados a sus voces, aun a riesgo
de encontrarse lo absoluto,
de que los desfigure el sentido y se descubran,
embutidos y mustios, a la espera.

Zaragoza, lugar de vientre seco, arbitraria legaña del desierto,
ha alcanzado un letargo inacabable
donde el aire se estanca y espuman los cerebros.
No seré yo, desde el borde exiliado de esta página,
quien enseñe medidas, quien sacuda
la ambiciosa modorra de su gesto.
¿Qué otro deseo, qué soplo nuevo espera descubrir
su antaño enorme, la finura de alabastro que atesora?

Yo sólo busco un magma de roces y ambiciones,
una lucha descarnada por lo excelso.
Quiero un gracián generoso, una ensenada de españas que se vierta,
quiero que todos acudan al abrigo feliz,
a la estupenda sopa boba de sus porches.
Quiero que un mundo de dolores no nos huya
porque es espanto y ventura,
es felicidad muy dañina la que ahora nos urge,
sed de rabia, buñuel desaforado, vida, sueño sin trabas,
lluvia, rediós, yo quiero lluvia que convierta los días en tormentas
y espante las mentes aplomadas.

Zaragoza que no supo nacer, que yace derribada por sus sombras,
secreta en un sudario de apariencia,
río y valle cubiertos, álamos en fila hacia la aurora,
guarnición de cigüeñas altaneras, pueblos generadores de clamor,
calles de rebelión, torres inflamadas por ideas.
Hay que esperar la tormenta y elevar rogativas por la plaga,
hace falta un rosario de explosiones,
aventar el estrago y en la bruma liviana de noviembre,
como si alguien cantara, decir con voz muy grande,
Zaragoza,
abierta, fuerte,
Zaragoza.